Saturday, February 28, 2015

VINO DE UN VERDE MONTE PRIMOROSO… / CUENTO


Biografia / VINO DE UN VERDE MONTE PRIMOROSO / TIPOS PUEBERINOS DE SAN SEBASTIAN DEL PEPINO / Ancestro africano / EL HEROE AGONICO

VINO DE UN VERDE MONTE PRIMOROSO… / CUENTO

El niño es la promesa del hombre, el hombre
la esperanza de alguna parte de la humanidad:
Eugenio Maria de Hostos

En la Tierra de las Aguas Claras, que indígenas taínos antes del poblador Faustino Martínez de Matos y sus asociados Juan de Silva y Juan de Aponte, mentaban como Yagüez, se bifurcan las corrientes de su caudal en búsqueda de la Mar, que es como volver a La Madre, pero cada corriente es como un niño con ambición de vida. Los riachuelos son traviesos, prmisorios, caudales de esperanza, y reclaman lugares.

En Mayagüez, antes y después de los pobladores de la región, reclamaron las tierras más fértiles y otras que presentan sus propios desafíos: Quebrada Grande, Quemado, Río Cañas Abajo, Río Cañas Arriba, Río Hondo, Rosarío, Sábalos y Sabanetas.

Sobre aguas del paisaje de Río Cañas, un niño se vio reflejado, por primera vez, en la corriente, hizo amistad con un jigüe. «Dialogamos aunque parezca locura el decirlo»—, dijo el pequeño.

En verdad que tenía la curiosidad muy despierta y, aún más que vívida la imaginación para sus años. Y se llamaba Eugenio. Su padre lo crió en una hacienda próspera y el niño, por tanto oír a su padre preanunciarlo, se dispuso a conocer la casa, el ambiente, bateyes naturales de un poblado del Yzgüez taíno que parecía tan extenso, lleno de montes verdes y primorosos. En cada dirección cambiaba sus nombres —Algarrobo, Bateyes, Guanajibo, Juan Alonso, Leguísamo, Limón, Malezas, Mayagüez, Arriba, Miradero, Montoso, Naranjales, etc.—, pero su sector de Río Cañas Abajo le fue más querido.

Allí fue que aconteció el hallazgo, su secreto. Aunque lo dijo a su padre, este sólo sonrió al escucharlo.

En una bella quebrada, fue donde vio un espíritu o cemí. Eugenio explicó que se transmutaba y podía ser un cangrejo que buscaba la orilla, o un juey bizco, que con cierto esfuerzo se convertía en un jigüe.

No siempre es una criatura acuática. El agua se enfría demasiado en las noches. Entonces, se apetece un sequedal y el fuego. El agua, al fluir, se vuelve demasiado movediza, nerviosa, se arrisca en remolinos y caídas, y el pobre jigüe no puede estar fijo, calmo y, si la ocasión se prestara, contemplará la Luna con esmero. A veces lo que él quisiera es volar, o nadar hacia las orillas del río. Ser más un lagartijo, o una tortuga al menos.

El jigüe —alega— que debe ser maravilloso ser humano y, amar sobre todo a los niños. El siente ya estos grados de empatía; pero lo han atrapado ese cuerpo… tan evolucionario y el atrapamiento.

No obstante, él ama todavía a las nocturnas luna, a sus cambiantes ciclos, y la llama Mi Guardiana. Ella supervisa el bienestar de los jigües en medio de su mundo acuático. Es quien tutela al jigüe lo mismo que al cangrejo, los jueyes y otros peces y anfibios. Es amorosa con el juey bizco, con débiles y mudos pecesillos, con infortunados y minus-válidos crustáceos. Que serán alimento para otros, sin quererlo, no siendo su instinto.

Eugenio asegura, ante su padre incrédulo, que el jigüe únicamente con él, por ser niño, filosofa y refiere un simbolismo por él desconocido: la Mar es una habitación, inmenso patio de agua como la hacienda.

Y un inmenso cangrejo es reunión de hembra / macho / unidos en devoción a la vida / como semilla espermatozoica, indicadora de necesidad de luna e influencias maternales.

—¿Te atreverías a tenerme como amigo?—, preguntó el jigüe al chico. — Te contaría secretos y las relaciones que tiene la luna con el reino de los ríos y los mares; el por qué anhelamos ser anfibios, lo que ya somos algo más complejos que los peces mudos y fríos. Queremos ir saliendo del agua e internos en tierra. Y donde el anfibio se adentra, ya es reino de luna donde animalejos, como yo, podemos ir de un medio al otro, dar el ejemplo siempre heroico de que nos adaptamos y triunfamos en la experiencia de vivir donde no se creyó que prevaleceríamos.

—Sí. Seamos amigos— le dijo Eugenio.

A su regreso a casa, por la alegría, tuvo que decirlo a su padre.

*
CARLOS LOPEZ DZUR

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