Friday, April 09, 2010

Baudelaire y el espíritu de decadencia





Por Carlos López Dzur / Fundador de Sequoyah Virtual

No a todo el mundo se lo prepara para que sea un diplomático y, siendo privilegiado por sus medios económicos, se saca una morisqueta del alma, con resonado escarnio, y no cumple con la expectativa. No sé qué tipo de análisis explicaría, con mayor luz, los enigmas de esta personalidad y genio creativo que fue Charles Baudelaire. Pienso sobre un joven brillante y sensible que finalmente se sacudió de la autoridad de su padrastro, el rígido despotismo que viviera bajo sus demandas, mas finalmente le hereda y puede dedicarse a la literatura, en lo que está su verdadera vocación y, en fin, asumirse un inconformista, si así lo quisiera, aunque tal vez no en unas condiciones sociales maduras para tareas revolucionarias... Sin embargo, aquí preguntaré si éste hombre fue tan compasivo como se le presupone. O si quiso significar algo, en términos de una posición política radical, cuando expuso una crítica a la mediocridad burguesa y la desigualdad social. ¿Son estos guapos, dandys, juguetes de sí mismos? ¿Seres inocentes o lastimosos?:
El lujo, la despreocupación, el espectáculo habitual de la riqueza, hacen tan guapos a esos chicos, que se les creyera formados de otra pasta que los hijos de la mediocridad o de la pobreza. [El juguete del pobre]
Más concretamente, en este ensayo, inquiriré si el decadentismo que se adjudica Baudelaire tiene verdadero punto de contacto con las ideas de Joseph de Maistre que constituye, como dijera Isaiah Berlin en su libro Freedom and Its Betrayal, «el último esfuerzo desesperado del feudalismo para resistir la marcha del progreso». De Maistre es uno de esos filósofos iracundos, precursores de la visión fascista de la vida y el universo, que Berlin describe como «enemigos del Iluminismo» e influyente en hombres como León Tolstoi, autor de La Guerra y la Paz y en Charles Baudelaire (1821-1867).

Comencemos, en primer lugar, preguntando si él se planteó asuntos de poder y represetación tal como lo haría De Maistre. ¿Se aferró al aristocratismo externo? ¿Fue su dandysmo una pose irónica? ¿Fue su renuencia al servicio diplomático su acto político? ¿O una venganza contra el padrastro despreciables? Esta y otras preguntas se contestarán a lo largo de mi exposición y me valdré de crítica textual y formulaciones sicológicas cuando sea imprescindible.

¿En favor de quiénes habría sido diplomático un hombre educado como Charles Baudelaire? La Francia de su juventud había dado ya sus primeros pasos de desarrollo industrial, al precio de una rivalidad con Inglaterra, otra potencia naval de su tiempo. Los intereses de ambas naciones son las rutas hacia la India que controla Inglaterra y las rutas al Norte de Africa que Francia controla. Hay intereses creados de Gibraltar a Malta y de Tolón a Argeria, y no hay país mejor situado geográficamente que Francia para invadir a Inglaterra, que es militarmente inferior, aunque a partir de 1830 la Marina francesa fue poniendo a la par y, el gobierno francés, a través de su diplomacia, se planteó que evitaría el monopolio marítimo británico. C. I. Hamilton, en su libro Anglo-French Naval Rivalry, 1840-1870 discute cómo, por las influencias de los grupos de control de una parte y otras, los visos de posibilidad de guerra fueron intensos y se estuvo, por primera vez en condiciones de lo que pudiera llamarse una carrera de armas tecnológicas, en la que Francia sería la potencia desafiante. [1].

Francia buscaba mercados y el patrón de comercio exterior se hacía con naciones subdesarrolladas, agrícolas, eminentemente rurales. Francia proveía alguna de la maquinaria, o productos de elaboración industrial, a la misma Alemania que en esos años tuvo un desarrollo menor. [2] Esta fue una época caracterizada por una prensa cínica y amarillista y las escuelas económicas francesas se inclinaban, como Yves Charbit estudiara, al malthusianisme et populationnisme. En esta era del rococó francés y del Londres victoriano, una vez Baudelaire obtuvo su título universitario (1839), escribió a su hermano y le comunicó que no tenía vocación por nada; excepto, que su padrastro autoritario le exigía que se decida por una carrera en la diplomacia, o el derecho.

Baudelaire no iba complacerlo. Se lo pedía una persona a quien odia. El desafío trunfó sobre las exigencias. El se decidió, por una carrera literaria y, al final de cuentas, por un estilo de vida de bohemia. Un estilo que fue llamado «irregular, maldito», escandalizador por la burguesía («épater la bourgeoisie»). Esto es paradójico. Mientras, a fin de prepararse para mejor dominar imperialmente y asimilar a sus colonias en Oriente, Inglaterra forjaba educacionalmente el nacionalismo providencialista o una misión juvenil para la literatura [3], en Francia, la juventud se preparaba para el decadentismo. Y se le fue dando forma.

El decadentismo es el concepto que Désiré Nisard, inspector general de Educación bajo el Imperio, favorecedor del clasicismo y autor de una Histoire de la littérature française (1844-1861), consigna para atacar a los romántcos en general, aunque se lo endiilgó al más popular y exitoso de ellos Victor Hugo. En términos generales, la ideología política que acusa es el avamce de la ola racionalismo científico y la cultura de masas que adviene según se avanza hacia el Siglo XX. Al romántico se lo acusa de decadente por defender el irracionalismo, lo idiosincrático, aunque admita ciertos grados de liberalismo político. En vez de sentirse ofendido por ser considerado decadente, Théophile Gautier y Charles Baudelaire toman la palabra como un emblema de orgullo, «como señal de su rechazo a lo que consideran un progreso banal».

Durante ese siglo XIX, los decadentistas son críticos hostiles de la artificiosidad en el arte. Prefieren a los románticos tempraneros, con su «earlier Romantics' naïve view of nature» [C. Lombard] y, en este obvio sentido, se apuntan y se autodesignan como tales autores inflluídos por la tradición de la novela gótica inglesa, la cuentística y la poesía de Edgar Allan Poe, y otras influencias que alimentarán el simbolismo. Baudelaire, particularmente, informará que se siente un discípulo de cierto contrarrevolucionario savoyano. Se refiere a Joseph-Marie, Conde de Maistre (autor de Letters from a Savoyard Royalist, 1793) y el más influyente vocero del autoritarismo jerárquico en el periodo que siguió inmediatamente a la Revolución Francesa de 1789. «De Maistre permaneció toda su vida fiel a la al Rey de Sardinia, a quien sirvió como miembro del Senado de Savoya». Cuando ya no pudo servirle, se exilió en Suiza

Oportunista y manipulador, De Maistre tenía ideas que sirvieron para modelar políticas antes y después de la Revolución Francesa. Por ejemplo, decía que Francia tenía una misión divina «as the principal instrument of good and of evil on Earth. He considered the Revolution of 1789 a Providential occurrence: the monarchy, the aristocracy, and the whole of the old French society, instead of using the influence of French civilization to benefit mankind, had promoted the atheistic doctrines of the eighteenth-century philosophers. The crimes of the Reign of Terror were the apotheosis and logical consequence of the destructive spirit of the eighteenth century, and the divinely decreed punishment for it». (Lombard, loc. cit.). Ideas como ésta halagaban a las nuevas burguesías conservadoras.

No hay que extrañarse de que, por consecuencia de la expansióm europea en el mundo, se relajaran muchas costumbres. Meterse en Asia significaría más vicio después de las Guerra del Opio con China en 1840-42, más tratados desiguales con Japón, y en África y la cuenca mediterráneo-africana, el esclavismo y lo exótico, en adición, al robo o explotación de las materias primas que Europa necesitara. Durante estos años, arrancará, primero en Inglaterra, el librecambismo frente al proteccionismo y la liberalización del comercio internacional. Y también se perfeccionará el sistema bancario. Gran Bretaña y Francia, con un banco central, sientan la pauta del capitalismo moderno y voraz.

Todo este proceso, ante los ojos y la sensibilidad de Baudelaire, no lo hizo pensar económicamente en torno a los pobres perros, perros sucios, a los que todos echan, «como a pestíferos y piojosos» («les pauvres chiens, les chiens crottés, ceux-là que chacun écarte, comme pestiférés et pouilleux»), mas él es uno que simpatiza con la perrada desde un alma enferma. A ellos les transfiere una parte de su dolor personal. Esos perros son como los seis ojos (del hombre que paseara dos niños, tomando el lugar de su niñera y un comensal los observa. Todos miran admirados y fijamente hacia un cierto paraíso, una cafetería de lujo para glotones, a la que ellos no pueden entrar y, si bien Baudelaire, relata la escena con empatía en «Los ojos del pobre» («Les Yeux des pauvres"»), la sensibilidad con que Baudelaire curiosea esa miseria en su derredor es su Musa Enferma («La Muse malade»), con los ojos huecos por desgastarse en visiones nocturnas y verse con el trato, despótico y cruel, de una mano pesadillesca. El es una consciencia que, si bien entendió el poder dominante, material y espiritual, de la burguesía opresora, se convenció de que su único compromiso es el arte, crear una versión de sí mismo y de las perspectivas propias. Se alía con Theóphile Gautier para quitar del arte cualquier finalidad predeterminada que no sea el arte mismo. Aún así, quiere sentirse el portavoz de El hombre de la Multitud del relato de E. A. Poe para con éste construir la figura del «Flaneur, el paseante solitario de la muchedumbre, el artista de la vida moderna que fundido en la masa la interpreta, le da una significación efímera y constante» (Sacco, loc. cit).

Francia es, desde sus grupos de poder y el contexto ideológico del Estado, una cultura que rechaza el pluralismo y la competición social política. Sii bien desde finales del siglo XIX, bajo la presión de los sindicatos, se les reconoce y se le da el derecho a organizarse, ésto no ocurre plenamente, ni se legitima y legaliza hasta el 1901, «ciento diez años más tarde» [4] Esta época (1840-1870) que es la que Baudelaire vivirá plenamente es, por igual, la de la revolución de los transportes, tanto el ferrocarril como la navegación a vapor. La revolución industrial provoca una secuela de revolución agrícola y demográfica. La población rural se viene a la ciudad y ésto impacta a las minorías. Desde 1840 el grueso de los judíos franceses y alemanes, abandonan Europa y se viene a América, sea Chile o la Argentina. Como escritor, Baudelaire es tan sutil que observa estas tranformaciones y sabe su impotancia política; sólo que en vez de comentarlas políticamente, las transforma en literatura.

Baudelaire es ambicioso estéticamente; pero, no lo es en términos de esas simpatías que le permitieron asomarse, en algún instante, en ese paisaje urbano visto con los «ojos del pobre». El jamás tuvo prisa, las premuras que da la penuria de vida o muerte y la explotación diaria, alienante. El era acaudalado. Y su trabajo puramente intelectual, él dándose sus horarios y condiciones. Entonces, se daba el lujo de aplicar el concepto «nada puede hacerse, sino es poco a poco». Su concepto de modernidad es «lo transitorio, lo efímero, lo contingente; una mitad del arte». La otra mitad es lo eterno e inamovible. Es capaz de hallar belleza en la sordidez, en la miseria, en esa modernidad urbana, de tugurios y prostíbulos. Todo sirve igual si se embelleciera y se lo ofreciera tras el cedazo de lo «purificado». Para ésto, «Baudelaire no hace más que poner en verso las ideíllas de un filósofo tan reaccionario como mediocre como era De Maistre». [5]

Alguna vez, cuando a causa de su derroche empezó a quedarse sin liquidez, Baudelaire se autodefinió como un «cortesano de rentas escasas», y sí, ciertamente, pasó por el horror de vagar en andrajos, artificios creados por él mismo para jugar con su incorformismo, no por verdadera necesidad. En una ocasión, heredó 75.000 francos y se va a vivir solo. Y si se verá como «poeta endeudado, perseguido, deprimido», lo fue por ser un «opiómano febril» [Sacco, loc. cit]. El opio lo empobrece, pero, en ese proceso, hay una esperanza consciente y heurística: «He fumado opio porque quiero ver cuantos mundos llevo en mi interior», escribe el poeta. En otra ocasión, hay implícito en una carta que Baudelaire escribe a su madre que se halla en Madrid: «En cuanto a tus temores sobre el envilecimiento de mi persona en la miseria, debes saber que, toda mi vida, harapiento o viviendo convenientemente, siempre consagré dos horas a mi arreglo». Galán y figura, hasta la sepultura.

Baudelaire nunca dejó de ser un burgués, literato anhelante en secreto de una gloria y éxito literario que no le vino en vida. Si supo que su genio estuvo más allá de la comprensión de la Academia Francesa de las Artes y Letras, ¿por qué les presenta su candidatura de ingreso? Acaso, porque su salud esté desmejorada y tenga miedo a morir, la gloria de literato, ¿podrá dársela la Academia? El sabía quién era ante ellos. «Un bohemio escandaloso cuyos versos son considerados deshonrosos». Su más conocido libro Las Flores del Mal apenas tuvo éxito. Más propio es decir que le trajo su condena y escándalo.

En el epígrafe del poemario alude a que es un libro condenado. Se presenta como autor que debe ser amado, compadecido, o condenado y maldecido, si otrora el caso. Insta a que se lea o se arroje el libro y da las características de lo que en el volumen se encontrará: libro orgiástico, melancólico, saturnino, inspirado en el «Astuto Decano», Satán. Lo satánico en Baudelaire es parte del interno juego, exploramiento simbólico con los arquetipos de la Gran Madre y el Anciano Sabio. Este Satán / Decano Astuto o Anciano Sabio, puede aparecer en distintos niveles de cognición. Puede que sea un héroe o villano para el intelecto; un payaso o hechicero negro para la intuición; un joven (dandy) o vagabundo para las emociones o el padre / ogro / para las inmediatas sensaciones. En su ideal función, el Artista es el aspirante al SI Mismo, el Yo Superior capaz de verse en comunión universal, en diálogo total. El mismo Baudelaire advierte: «No todo el mundo puede tomar baños de muchedumbre; gozar de la muchedumbre es un arte… El paseante solitario y reflexivo logra una singular embriaguez en esa comunión universal». Satán es la Totalidad mundana y cósmica de El Sí Mismo,

La Gran Madre / o compañera satánica / puede aparecerle como una sacerdotisa para su intuición, o una seductora para sus emociones. Es el aspecto femenino de lo satánico.

A menudo, el tópico de la mujer satánica se trasunta, o se explaya en la literatura de Baudelaire como esa heroína de la modernidad que es la lesbiana. Ella como la «mujer heroica. La mujer fuera de la casa, en la producción, en las fábricas», nos explica Sacco. La mujer, en general, es satánica. Es la Bestia. Ante ellas, él es un «Yo» que se da para su aniquilamiento. Estas mujeres, casi siempre rameras que Baudelaire conoce, son animales en estado puro y él las quiere así. «La mujer es lo contrario del dandy. Por lo tanto ella debe producirle horror. La mujer tiene hambre, y quiere comer; sed, y quiere beber, etc. ¡Qué gran mérito! La mujer es natural, es decir abominable» Al decir de Baudelaire, «la voluptuosidad única y suprema del Amor se basa en la certeza de hacer el mal». Y Sacco comenta:

Frente al sexo, el dandy pierde su protección. Se desnuda... La mujer es la bestia, Satanás. Le permiten al dandy pasar al lado satánico y así como animal, el detective investiga los límites de ese Yo, objeto de aniquilamiento. [...] La masa, el animal y la ebriedad son descensos. El ascenso no es progresivo. Es un golpe. Un golpe poético. Un estado de perpetua iluminación en el cual el mundo es una novedad constante, una embriaguez verdadera. [...] El paraíso es para espíritus fuertes. El haschish y el opio no es para vulgares.. Ahora es el opio quien lleva a cruzar la frontera. «Me he convertido en Dios» (por no decir Satanás porque cruzar la frontera es el infierno). En realidad es un viaje imposible donde se vuelve con remordimientos, resaca o sed. El viaje es un regreso. La trasgresión del opio se convierte en sumisión al medio. La ingesta de drogas regresa de lo prohibido a confirmar el estatuto del cual se pretendía huir... El artista detective no descubre criminales, pasea por el bulevar atravesado por la criminalidad, embriagado de anonimato.

Sin lugar a dudas, la visión satánica y lúdica son rumbos hacia sus «caminos de investigación» de lo Infinito y de «salvación», o lo que él entiende por el Edén. Esta es poesía en «el lado oscuro» de la psquis (en los defectos y vicios) y, en el proceso de crearla, él vivió con el gusto y con los riesgos que se tiene como «bon-vivant». Baudelaire no tuvo el éxito del «dios-Hugo», autor de Los Miserables cuyo «éxito de ventas nunca superado». Puede que parezca una paradoja irónica, pero, Baudelaire alguna vez receloso de Victor Hugo, cuando fue multado por poemas 'censurables' de Las flores del mal, recibió una nota de solidaridad que es, en sí misma un premio: «Acaba Ud. de recibir una de las pocas condecoraciones que pueda otorgar el régimen actual». Es decir, la censura fue el mejor parámetro para que Baudelaire y los lectores supieran la importancia y el poder de su obra. El no está solo, aunque: «Nadie lo defiende» ante su transgresión «a la moral y las buenas costumbres». (Sacco, loc. cit.).
Baudelaire tampoco fue exitoso como conferencista. Mas cuando estuvo más enfermo gozó de los cuidados de su madre Caroline. Esto también fue un premio que ayudaría a cancelar su mundo de represión y conflicto edípico. Caroline había pasado de una vida holgada a una vida bastante estrecha, tras la muerte de su esposo el General Aupick. «Baudelaire se enternece y retorna suavemente con Mamá». Alegrar a su madre y rehabilitarse son cosas que le interesan, más que lo que piense la gente y la Academia (Sacco, ibid)..

Baudelaire, como muchos de sus herederos, encarnan el espíritu burgués. En este creador, en particular, lo que lo hace «diferente al burgués actual» consiste en que es «un ser cultivado, amante del arte hasta el diletantismo, mediana fortuna y vicios, placeres y sombras» [«Dark Biography»].

Su apologista de Dark Biography, nos recuerda un presunto y desacertado Baudelaire recreado por Jean Paul Sartre (que también haría retomar el gusto por Poe). Sartre se interesa en la significación del spleen« como símbolo de la nada y del tiempo, la condena del hombre moderno» en la poesía y la narrativa baudelariana. En dicha «Dark Biography», se indica que «si algún escritor pudiera considerarse como precursor del existencialismo, ese sería Baudelaire». Los verdaderos «malditos» de Sartre son sus personajes de «La Naúsea», o el personaje de Camus en «El Extranjero». Y tanto en los escritos de Satre, como en «Dark Biography», Baudelaire no encaja como un maldito, «bañado en desdén», porque la conflictividad de supsiquis tiene concretitud.

Valdrían explicarse muchas de las temáticas baudelarianas como una parte del proceso de cancelar y destruir el «complejo de Edipo», o la líbido desorganizada, que pudiera reprimirlo, o desviarlo trágica o asocialmente. Para este refortalecimiento o recanalización del ego, Baudelaire se involucra creativamente con una reconstrucción poética de la infancia. El mismo S. Freud reconoció que la conflictividad edípica debe y puede ser cancelada, no debiéndose adscribir al mecanismo psíquico de la represión. En cuanto a su trabajo con la infancia, o el curar esas amarguras y tedio que le produjo el «perderla» y con ella perder su vínculo deseado con la madre, hay que destacar su evaluación del más importante rasgo de un artista y virtud que se pierde con el racionalismo persuntuoso.
Ese rasgo es la curiosidad. El flanèur – y en su figura cualquier artista que se pretenda genuino en el panorama de la modernidad – debe ser dueño de una curiosidad implacable: la dialéctica que se produce entre la ciudad, el flanèur, la belleza y la creación (tal como vimos en las entregas anteriores), precisa a la curiosidad como combustible y como lubricante. En efecto, la curiosidad es aquello que sacude del hastío ordinario y pone en marcha hacia la belleza: el impacto de la vida moderna se traduce en una serie interminable de espasmos de asombro y también en la curiosidad del sujeto moderno, que va detrás de las pistas que la ciudad le arroja por la cabeza en su peregrinación incesante.
El genio, según Baudelaire, para ser genio cuenta con una primera condición que tal vez sea la más intrincada: debe poseer la capacidad de recuperar la asombrosa actitud infantil cuando así lo desee. El genio, si lo pensamos mejor, incluso a su pesar cuenta con esta facultad [La infancia como lugar de resistencia ]

Dice Baudelaire: «Un hombre deja de ser hombre cuando la curiosidad lo abandona. Lo curioso es que nuestra civilización – tan sensible a menudo con los términos a emplear – llame hombre únicamente a aquellos olvidados de la curiosidad. […] Ahora bien, la convalecencia es como un retorno a la infancia (…) el niño todo lo ve como novedad; está siempre embriagado (…) el genio no es más que la infancia recuperada a voluntad».

Por genial, Baudelaire es excéntrico. Hay extrañas elocuencias en lo que hace y, siempre hay que recordar que es una persona sicológica, en búsqueda de totalidad. En teoría junguiana, llamaríamos ésto una búsqueda del Sí Mismo. El Yo Superior que suele representarse como la Gran Madre y el Anciano Sabio para representar en el proceso de individuación estos cuatro aspectos del conocer / ser / por las vías del intelecto, intuición, emoción y sensación.

Si nos limitáramos a una aproximación sicologista, en la vida emocional de Baudelaire hay conflictos muy intensos que datan de la infancia y se proyectan en su adolescencia y adultez cada vez con más fuerza. Tuvo un padrastro disciplinador, con mano de militar (y ciertamente, adquirió el rango de Mariscal en el ejército francés y, por su estilo autoritario, inspira a un ya adulto Baudelaire los primeros sentimientos homicidas y de agresión). En una ocasión, él se abalanzó sobre su padrastro, lo abofeteó sonoramente y lo advirtió: «Señor, usted me ha faltado gravemente. Esto merece una corrección: Voy a tener el honor de estrangularlo». Ante estos arranques temperamentales y agresivos, el padrastro militar se impone y lo alejó de París y de su madre durante un tiempo. Esto no reprime la vigorosa líbido del poeta, quien una vez, durante su adolescencia, cometió un intento suicida.

Los biógrafos de Baudelaire cuentan, por ejemplo, su experiencia durante la revolución de febrero de 1848 en París. Leonardo Sacco nos dice en sus Boudelarianas:

Las barricadas se levantan por todas partes. París está en armas. Luis Felipe abdica y huye en coche de alquiler mientras los revolucionarios invaden las Tullerías. La multitud asalta una armería donde Baudelaire roba un fusil y cartuchos y dispara. «Acabo de hacer un disparo», le dice a un amigo y repite con gran excitación: «Hay que ir a fusilar al general Aupick». No se trata de ideas políticas entonces. No le importan los republicanos ni los burgueses. «Comprendo que se deserte de una causa para saber que se sentirá al servir a otra». La barricada es inmensa y el humo revela un trapo rojo en la punta de un palo. «Hay que ir a fusilar al General Aupick» exagera entre el vino blanco y el opio.

Del general Jacques Aupick (de la Plaza Fuerte de París) que aquí se habla, es el padrastro de Baudelaire. Y estamos ante un motivo indiscutiblemente freudiano: matar al padre. Ese complejo, alrededor del cual Freud asoció emociones y sentimientos infantiles caracterizados por la presencia ambivalente de deseos amorosos y hostiles hacia los progenitores, es el conflicto edípico que se encarna en la psiquis del poeta. Se ha especulado que Jacques Aupick pudiese haber sido amante de ella antes de casarse con Caroline Archimbaut-Dufays, madre de Baudelaire y que el impacto emocional de este hecho, fue internalizado como un abandono al hijo que ama intensa y obsesivamente a la madre. El odio al padrastro rival del suele ir parejo a una atracción sexual inconsciente hacia la progenitora. Desde que Aupick llega a la vida de Caroline, Baudelaire lo odió.

Sacco nos cuenta más en sus Boudelarianas:

Baudelaire ama a su madre con un amor-pasión en estado puro. «Fueron para mí los buenos tiempos», recuerda luego a los cuarenta cuando cae sobre el niño una catástrofe espantosa: Su madre se vuelve a casar un año después. En un duelo bastante breve, criticado incluso por algunos biógrafos, se casa con Jacques Aupick, un militar de cuarenta años. Baudelaire se desbarranca ante ésta, la más alta traición que recibiría en su vida y marca el calvario de sus relaciones familiares. (...) Su madre lo traiciona. Tiene 34 años. Es joven para consagrarse solamente a su hijo como sí creyó Charles era su deber durante toda la vida. Aupick, el gran soldado tiene una carrera promisoria. [...] No quiere desembarazarse de su hijastro sino enderezarlo, ¡nada menos! Es urgente (Caroline derramó unas lágrimas) que Charles se levante en invierno a las 5.30 al son del tambor y se lave las manos con agua helada todos los días. Los pies solo cada quince días en agua caliente. [...] El adolescente Baudelaire busca un algo incontrolable y su ser no encaja con los modos de la tierna Caroline y el duro militar. Le eligen los amigos. Aunque es un niño bien prefiere los pardos cafés de la orilla izquierda de su casa.

En el plano cultural del siglo XIX, la mejores sensibilidades observan un mundo materialista, monótono y aburrido, que si hay que embellecerlo, el medio ha de ser «el gozo, la belleza y la espontaneidad de la vida griega». A juicio de Baudelaire, Francia ya no es una verdad poética. «De hecho, ella siente un horror congénito por la poesía». Y dice que es precisamente entre los escritores que utilizan versos, donde están los más prosaicos. Se ha perdido alguna de la habilidad para catar la belleza, aunque, aclaró que: «aún en los siglos que nos pudiesen parecer más monstrosos y estúpidos, el inmortal apetito por bellleza siempre ha encontrado satisfacción».

Baudelaire, quien muere relativamente joven, a los 46 años, ya al final era un hombre sifilítico y estragado; pero, vivió desorganizadamente y, cuando estuvo saludable, decía: «Cualquier hombre saludable puede estar sin comer por dos días, pero no sin poesía». El se piensa el poeta que mira con «ojos fraternos a los perros», o los pobres, a los que se ha asociado. Admite el arte como un producto de la razón y el cálculo y, cuando es así, se produce lo Bello y lo Noble. Sin embargo, lo más común que se encuentra en la experiencia humana es lo perverso, cumplido sin esfuerzo, naturalmente, como un quehacer del azar. Sólo el Bien es un producto de arte. El suele darse como un ejemplo, algo desilusionado, por su propio sufrimiemiento. Los excesos de su desenfreno llevan a que Baudelaire sufra una apoplejía. En sus últimos años, apenas puede hablar, o ser entendido. Una paradoja que muriera sin voz. «Se ahoga, sufre crisis gástricas y una sífilis contraída diez años antes reaparece». Mas hay que entender que es para combatir el dolor que fuma opio, toma éter. «Físicamente, es una ruina». O, finalmente: «La sífilis que contrajo debido a su vida desordenada, le produjo afasia y una parálisis parcial que lo condujo a la muerte en 1867». [Ver: La revolución simbolista: Charles Baudelaire: En Letras y algo más]

Para explicar la decadencia del arte, o su conversión en mera academia, explica algunas razones: Una es el mercado, la especulación financiera, hasta de la misma honestidad, un asunto de lucro. Esta es la época en que la literatura entra al mercado como un proceso del capitalismo. «En el siglo XIX aparecen los primeros autores que escriben por un nuevo motivo, que es el de ganar dinero, que firman contratos a destajo, a tanto por palabra, que deben escribir día y noche paga pagar sus deudas y que deben entregar sus cuartillas repletas en la fecha fijada». En el interesante ensayo, La modernidad maldita, se explica lo siguiente:

La producción artística pasa a tener un valor de cambio y no ya solamente valor de uso como antes. Y no solamente el arte se mercantiliza sino que la nueva situación envuelve al artista, que pasa a depender del valor de cambio de sus creaciones. [...] Desprovista de sus ropajes, hoy tan mitificados, la modernidad no es más que una visión mercantilista de la literatura. Lo que se hizo impostergable con la modernidad fue la conversión de la poesía en mercancía, traficar con los versos. Para cobrar derechos de autor hay que ser original y es sólo por eso que la modernidad literaria no quiere copiar y tiene que innovar como cualquier otro negocio. Y si hay algo que vende, que resulta inmensamente atractivo, es ese concepto de la vida bohemia, ese disfrute de la decadencia, la perversión y el morbo por persona interpuesta, que tan bien se ajusta al voyeurismo moral. Las vanguardias no son más que una consecuencia del afán mercantilista de renovación de la maquinaria cultural, el incremento de la fabricación artística, el aumento de su productividad. [6]
Otra es el amarillismo de la prensa y la cultura intimista y artficiosa como componente de esa modernidad. Escribió, por ejemplo: «No estoy listo para entender como un hombre honorable toma un periódico en sus manos sin sentir asco». Al impacto de las fuerzas económicas que toman la literatura por asalto, el intelectual francés pierde una gran capacidad para conmoverse, asombrarse y hacer crítica. Ha dejado de comprender las alegorías que la vida presenta a cada momento. Por un lado, «de manera cínica y desvergonzada, nos hablan del arte por el arte y rehuyen como al peste cualquier asomo de finalidad cognoscitiva, ética o didáctica en la creación cultural... La imagen maldita del artista es sin duda expresión de su desamparo (más económico que otra cosa), forzado a llevar una vida de marginado, más cerca del lumpen que de la aristocracia. Ciertamente esa es la imagen que presentan los literatos del siglo XIX (Dickens, Balzac, Dostoyevski), acuciados por graves problemas económicos, perseguidos por sus acreedores, siempre al borde del desahucio». [7]

Por el contrario, Baudelaire no es un «maldito» por la rentas escasas. No fue pobre y, si se endeudó económicamente fue por el mucho derrochar toda su vida. Aún así fue «el primero que cultiva asuntos literarios exquisitamente putrefactos, el primero que se regodea, que se recrea en una decadencia estética perfectamente estudiada». Es «el precursor, en la percepción de la vida urbana». Siendo un acomodado burgués y heredero de una gran fortuna, mira hacia abajo, donde está los perros piojosos, aunque sin entender que él puede tener una responsabilidad cívica y pedagógica ante ellos. «La burguesía aún no estaba preparada, carecía de los instrumentos ideológicos para asimilar la miseria como componente del arte»; Baudelaire no le oculta los trapos sucios, la miseria, al capitalismo burgués; pero, se empeña en embellecer la realidad y presentar como pura la aflicción, el destino de dolor de los pobres y sus lacras sociales.

En la visión baudelairiana de la belleza, la Melancolía es una constante. El vive con el corazón a flor de piel, en lo que llama su cultivo histérico, que mezcla placer y terror. Si para evitar alguno de estos sentimientos, el placer y el terror, se buscan objetivos morales exclusivamente, la fuerza poética disminuye. El presenta, desde ojos del hombre pobre, una mera abstracción de lo que es la lucha por la vida. Acude a «trasvases perceptivos» que llama correspondencias para presentar una poesía que pretende ser pura, pese a que la Academia lo desmente. «Las correspondencias equivalen a audaces imágenes sensoriales que representan la caótica vida espiritual del hombre moderno». [8]

La Musa enferma de Baudelaire le provoca la sensación de múltiples memorias, «como si tuviese mil años»; pero las memorias son «nuevas formas de sufrimiento». Los burgueses, sean mercaderes o intelectuales, no quieren ya sentir ni vivir riesgos. Son hipócritas y la voz de este precursor de símbolos nuevos los fustiga:

Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias.




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Notas bibliográficas

[1].Daniel A. Baugh, review: Anglo-French Naval Rivalry, 1840-1870 by C. I. Hamilton, en: Journal of Interdisciplinary History, Vol. 27, No. 1 (Summer, 1996), pp. 123-125

[2] Rondo E. Cameron, «Some French Contributions to the Industrial Development of Germany, 1840-1870», en: The Journal of Economic History, Vol. 16, No. 3 (Sep., 1956), pp. 281-321.

[3] Jonathan Brooke,
«Providentialism Nationalism and Juvenile Mission Literature, 1840-1870», en: Ver

[4] Yves Mény, «Los grupos y el Estado en Francia: Colaboración y oposición, arreglos y corrupción».
Ver

[5] De Maistrre, abogado, diplomático y filósofo, según lo describe Charles Lombard en su libro Joseph de Maistre (Boston: Twayne, 1976), fue «el más fuero absolutista, feroz teácrata, e intransigents legitimista, apóstol de la monstruosa trinidad compuesta del Papa, el Rey y lo verdugos, siempre y dondequiera el campeón del más duro, estrecho e inflexible dogmatismo, una figura oscura de la Edad Media, una parte educador doctor, otra inquisidor y otra ejecutador».

[7] Ibid.


[8] Las Correspondencias

1 comment:

CANTACLARO said...

Lo bebo. Gracias. Ana Lucía