Thursday, January 03, 2008

Reflexiones antes de la caída

A Joaquín Oronoz Font (1909-1971)
Alcalde de 1936-1940

Estoy apagado, en desgracia, para salir a la luz. Estamos en oscuridad: Joaquín Oronoz Font, 1965

Fue un 20 de enero. Noche de Fiesta. Predominaba un olor a maní tosta’o. Además, a kioskos de fritangas, cervezas, licores, alimentos y pólvora de los fuegos artificiales. La noche se llenó de sonidos dispersos, risas, alegría, música y el chirrido de máquinas que no descansarán en su afán de entretener, pueblo por pueblo, y cumplir los santorales patronímicos: la Estrella, el carrusel de caballitos, el Gusano que se encapota a cada rato; ajetreo ante las picas y las apuestas. Voces y alegrías de adultos, jovenzuelos y visitantes que llegaron de los barrios de la ruralía, se unieron a los paseos por la Plaza de Recreo y las calles que bordean este centro de vida, hoy tan poblado. La gente expresó el entusiasmo. Cada año El Pueblo del Pepino festeja su Santo Patrón, San Sebastián el Asaeteado.

En el Casino, apartados del jolgorio multitudinario, se jugará a la baraja, se beberán más tranquilamente los licores y, acaso es más grato, se espera un puñado selecto de amigos y contertulios que acompañarán al ex-Alcalde. Fue un banquero prestigioso, miembro de los Leones y exPresidente del Casino del Pepino. Aún no ha caído del pleno y la altura de sus pedestales y hay quien así lo augura. Caerá el rey con pies de barro. No será gente suya quienes así conjeturen. La de su círculo íntimo se atreve a decir, con cierto desparpajo de cómplices: «Vamos a echarnos un pe’o lo más fuerte que podamos; a ver quién puede reventarse la tripa primero y luego celebramos el estruendo del culo».

No siempre se le encuentra de humor para ésto. Hay días en que Cucán no está para festejar ventosidades. Y su mente fabula la realización de conciertos filarmónicos o tener a Pablo Casals de invitado en el Pueblo; tiempos en que era el amo del Casino y del Club de Leones; otras veces hay en que los violines de Pablo Elvira y los boleros le sacan un eructo del bolsillo trasero. Se ubica en el hecho real. Ha venido perdiendo sus espacios. «No. Ya eso pasó. No hay poder ni escenario ni para vaciar la tripa a gusto. Si yo volviera a tener el poder, no pasarían las cosas que pasan en este municipio muñocista de Cayito y Fey». Por decirlo tan enfáticamente, sus contertulios confirmaron más que su enojo, la crisis melancólica.

Han ocurrido, por de pronto, unas cosillas de las que ya echan tijeras y chismorrean hasta amigos cercanos. Gente a quien llamó «sus íntimos».

Aunque distanciados de Cucán, sus hermanos lo apoyan. Francisco y Mario lo quieren. Doña Emilita Arbona es un dechado de estoicismo. Lo comprende. A sus hijos los educa para que no lo repudien. O no lo quieran con lástima. «Sean entusiastas como él. Es buen padre. Sean estudiosos. Es el deseo que él tiene, él, cuyo diploma de High School lo obtuvo en la escuela nocturna robándole las horas al descanso». Sea como sea, Cucán fue proveedor y dio buenos ejemplos. La educación, no siempre hace a uno rico; pero, te hace gente. Bien que decía... Y, por eso, han sido públicamente honorables e intachables las proles de Francisco, Mario y sus hijos. Buenos hijos, educados, los de Cucán, por igual. Y el pueblo lo sabe.

«Mas desaprueban esa moral. Ese paradigma que está ahí, circulando e imponiéndose: hedonismo pagano. Como esas carnestolendas de carnaval cuando Cucán, vestido de mujer, juega y danza con lo más impuro y miserable de la calle. Cultos homofóbicos. Desacralización y misoginia; desprecio de lo femenino y la función reproductiva como sagrado misterio. Placer fuera del matrimonio y las instituciones. Onán y los nicolaítas». El arquitecto Oronoz, su hijo, sigue los pasos a Cucán y Rigo. «Orgullo Gay». Según observa Celso Méndez, el barbero, al lado de la Farmacia Cebollero, la rutina de Rigo es lamentable. De 6:00 a 7:00 a. m. concurre a la misa. Sale. Merodea en su derredor sospechosamente. Espera a alguien a quien meterá con disimulo a la trastienda. Camina hacia el almacén que fundara Oronoz-Rodón, padre, y en lo que era su oficina, se ayuntará con tres o cuatro varones, a lo largo del día. El barbero observa que los bujarrones llegan y se van cuando fisgonea hacia la portezuela lateral. Antes que se inicien las horas de labores, esa trastienda es un burdel de tal por cuales.

Desde la barbería, sin que nadie lo sepa, es su mirada la que merodea y no da tregua ni aviso. «¿Qué demonio se trae Rigo, piensa, que da señales de mano y llama a tantos jovencitos?» Su vecino arregla sus citas con el que quiera comer culo y, en fin, que hasta los limpiabotas cuentan algún dinero cuando salen de la trastienda. «Ese no es mi cuento; no voy a hacerlo un problema mío», se enconcha don Celso. Mas si... hallará en quiénes descargar el secreto. Será muy selectivo. Evitará a las moscas cuando abra la boca, porque de que la abrirá, no duda. Es humano.

Por su parte, el Cura arguye privadamente que con ellos ha sido muy paciente. Está enterado de este asunto con mil sutilezas. En pueblo pequeño, todo se sabe y se dice en los confesionarios. De las orgías de Cucán, también él sabe cómo guisa. Un policía al cura ha comentado más que lo suficiente y, comunicándolo a Cucán por amistad, lo advierte: «En policías no confíes. La ley soborna, hermano», aconseja al ex-alcalde.

«Antes y después del carnaval, ésto se supo», explicitó el Cura. Encendió un cigarrillo con los nervios crispados. Duélale o no la remembranza o la pierna, se lo contará. Lo ubicará en el escenario de su pecado.

Desde una barrita con velloneras, frente al Garaje de Ceci, en el Puente de Guatemala, como beocios y seres dionisíacos saltaron un viernes en la noche en aquelarre orgiástico y la policía dio razón y alcance a casi todos.

«¡Qué suerte que escapamos!», concluyó Abraham Bonilla y así lo dijo a Oronoz aquel viernes. Se lanzaron desde la ventana, casi al río, cayendo sobre unos pedregales. A riesgo estuvieron de restallarse contra las paredes de contención del puente sobre el río. Abrirse las cabezas y morirse.

«¡Coño, qué suerte, bendito sea!»

«¿Bendita suerte? ¡Mierda! Tú, sólo te hicíste unos rasguños; pero yo tengo la pierna en dos cantos».

En las perreras policíacas, con sus ropas en las manos, o a medio vestir, se alojaron algunos de los sexomaníacos y viciosos de Pepino, tecatos, putarracas, patos de closet, compinches de lujurias, asociados en bailoteo como fraternos en el salón a oscuras, al pie del Puente de Guatemala. Y, desafortunadamente, sorprendidos bajo el impacto del primer aguacerazo de mayo.

«¡Qué suerte que escapamos!», repitió Abraham.

«¡Qué juma tenía Elsa Torres!»

«¡Qué tripeo el de Genarito Rodón!»

Quemó una marihuana roja, panameña. Observaron que ante la vellonera sostenía un punto de alucine marca diablo. Subía el volumen del aparato tan alto que rompía los tímpanos a cualquiera. Mas no oía nada ni aún sus alaridos, más fuertes que el estruendo de la música.

A oídos del Cura Aponte llegó esa comidilla, dicha y relamida por los guardias y otras moscas. Chotas y División sobre Abuso de Narcóticos. Examinaban ese primer día de Mayo de los hippies descarados. Una doctora mulata en la cachapa; un ex-alcalde, abriendo el ano y besuqueando a hombres, la marihuana a pastos y la desnudez de todos para todos, contra todos y por todos. El sexo es libre… y, de pronto, que no habría tiempo suficiente para volver a vestirse. Cayó la disciplinadora perrera de los cielos como más lluvia sobre el fango. No habría escapada. Así fue que, por desesperación, las locas tapadas, ocultas en sus prestigio y closet de sus recámaras, no todas pudieron saltar por la ventana. Se habría de conocer el saldo.

Por cierto, Cucán saltó, pero se le torcieron los pies. Se rompió una pierna... ¡Mas... a correr! ¡A correr desnudos por el monte como sátiros en búsqueda de ninfas o de faunos! Cierto fue que no todos escaparon en sus autos de la Mano de la Ley que no sanciona. No todos. Fue lo malo.

«¿Te preocupa qué se diría en el pueblo si los guardias me tupieran a macanazos?»

«No. Algo peor. Llevo 34 años en aquí, hermano. He escuchado cosas que son intolerables y me hago el sordo. Con ésto, ya no puedo. Sobrepasaste el límite. Harás daño a tu familia, tanto como a tí mismo… Mira esa pierna rota a tu edad. ¡No eres ya un jovencito!», le dijo el cura a Cucán después que el doctor Muñiz le cambiara un vendaje de yeso.

«¡No me preguntes cómo fue!»

«No, si ya lo sé. Una orgía».

«Váyase a la iglesia. En una hora voy y me confieso».

«Joaquín, una hora es suficiente para que vayas pensando en ayuda de un siquiatra. Esto es grave. No hay tal cosa como el niñito del Acuario, con una flor en la mano y la melena. Eso es jipismo del diablo y modernismo».


«Mi padre, que era masón, me dijo: Hijo de Saturno, tu nombre es Deber y Reponsabilidad. Un deber que no se riña con la lealtad a lo que uno mismo es, cierto carácter único y personal».

«Tu padre fue otro bandolero. Clasista como tú y todos los Rodones, excepto Chinto».

«¡Cállate, no entiendes! ¡Véte con los siquiatras al carajo! ¡Yo estoy bien!», insistió Cucán, ya molesto.

¿Cómo que hablarle así, tan rudo, ese curilla zarriento, el más lujurioso de los simios, fisgón de las niñas malsentadas? Adujo que examinará, en lo sucesivo, por si hay que enmendar algo, su deber: consolidarse moralmente; admitirlo. Se responsabilizará del resultado de su obra. Una por una sus acciones. ¡Todo en confesión! Sin el trámite del chantaje.

«¡Tú no me juzgues, que no eres Dios!»

«Chantajeas tú, hermano; cometes sacrilegios». Aponte ya lo tuteaba con descaro.

Aún más, al advertir que su actitud se tornaba desafiante, Cucán le dijo: «¡Hipócrita, a ver si hablas y destapas mi olla siendo la tuya más podrida!» Oyó que aludía a Rigo y él con recriminaciones al pecado de los nicolaítas.

De cierto que los llamó mariconazos, bisexuales, chupavergas y bujarrones. No con teologías sutiles esta vez, pero muy bien que olvidó que se alimenta a la sombra de los Oronoces. Bebe del vino de su casa, cena y desayuna con ellos. Alarga sus manos, codiciosamente, a los donativos que hace la familia a la Iglesia.

Saturno confronta a cada ser con el dolor de sus equívocos. Disciplina con ellos, enseñan los esoteristas de la Nueva Era. «Tiene que, tiene que». Cucán lo admite. No es fácil que se hable acerca de las saturnalias espirituales de su alma. Con ninguno, menos con él.

Desde los tiempos de la unión republicana-socialista de Getulio y Nito, los espiritistas kardecianos lo alertaron: «Cucán, eres muy kármico. Sufrirás mucho porque has nacido fuera de época». Ahora siente que la enseñanza es más clara. Esta noche habla su consciencia en forma de silencio. Calladamente. Y hasta con dolor moral. Hoy que no quiso estar solo, se siente más apartado y abandonado que ninguno.

«Sí que estás meditabundo, Cucanito».


Con la Iglesia y los espiritistas ha tenido desacuerdos. Traen un licorcillo para él. Mas, aclarado en su mente está el dato: Aponte no es la iglesia. Ni Carlos Busquet ni Gelo Medina, iluminados. Un poco más y ese dizque-santo Padre Aponte hubiese sido un pistolero, el jefe de Don Funda (Cubero), Chilín Echeandía, o los consabidos malandrines de la Banda de los Siete Puñales o los más guapos de Eneas que Getulio utilizaba para que hiciesen sus mandados a punta de pistola. Tareas como comprar los votos. O hacer que pague el que debe a todos ellos (los caciques).

«¡Coño, por eso se nos odiaba desde los tiempos de los cachacos Juan Martin, Oronoz Perochena y los serafines Rodones! ¡En paz descansen! Nunca quise ser como ellos. Yo sí amo al pueblo».

«¡Atención! Ya se pregona la unión de la Iglesia y el Estado en Puerto Rico. ¡Va la colonia al mayor retroceso!: Cucán y el Padre Aponte en la misma papeleta». Risotadas. «¡Claro, claro que bromea!», aclaran otros. Necesitaban de sus labios lo que dijo: ¡Qué estupidez sería, carajoooo!».

Semi-oculto por explosiones de humor y teatral camaradería, Cucán se apertrecha en algo triste. «Quiero filosofar políticamente y echarme un peíto por el PAC, partido acción cristiana». Un mal familiar, o ese fantasma, lo aqueja. «No. No. Es que hay mucha brujería, metida en política, y mucho sexo fuera de las recámaras. Amor libre. Free Love. Love freedom». Otro fantasma de erotismo que no comprende, más fuerte que él mismo, llega distorsionado.

Y Rigo y Cucán se dan muchas mañas para el disimulo. Ancestro de apellidos prestigiosos, siempre alcaldicios. Son hombres casados. Un sospechoso heterosexualismo se los come. Líbidos desviadas, sexo obseso, que escandalizan a Millán Matos: «¡Esos Oronoces, patos malos!», ventila a sus espaldas. Ante ese proxoneta, a dar pichón a lo que entienda o diga. De él nada importa; pero, «usted, señor Aponte, es mi Tradición, una parte del Poder, una institución de la Clase» (él se refiere, a la clase con dinero y la clique políticamente dominante). «Voy a filosofar sobre el poder, ¿me lo permiten, señores?»

2.


Había salido al balcón, en la segunda planta del Casino, y se quedó observando, semi-escondido, la Plaza y el ajetreo gozoso de su Pueblo. El cielo nocturno se rajaba en muchos círculos de colores y chispas con relampagueo debido a los fuegos pirotécnicos. Bajo el bigotillo fino y bien cuidado, Oronoz sonríó. Cerca de La Vasconia, al cruzar la calle, alguien alcanzó a verle asomado al balcón desde lo alto. Intercambiaron saludos.

Joaquín Nicolás es un señorón, de medio siglo, años más o años menos. Mas hoy, aunque no está tranquilo del todo, su tono es filosófico. Se autoexplora. Es un deber consigo mismo. El confiaba que, con el cariñoso alias de Cucán, se le amaría por siempre. Algo, sin embargo, lo conturba, ya no piensa lo mismo y duda. Además teme a la masa, a la multitud y antes no fue así. Hoy madrugó en él este tormento.

«¿Me amará este pueblo hasta que muera?», se pregunta.

Se lo dijo también al sacerdote.

Discutió, duramente, con el Cura Aponte por la impiedad de su respuesta. La amistad de muchos años está a punto de romperse. Su corazón lo adivina. Es como un sexto sentido que lo agobia. Su alianza con el pasado, incluyendo su complicidad con el curilla, llegará a su fin si él no se pone listo.

Desde que el Obispo McMannus de Ponce y el Arzobispo de San Juan, James David, alegan sus derechos a unir el mundo divino con lo humano profano, el Cura Aponte anda crecido.

«El partido al que debes responder es el mío. El partido de la lealtad con que te solapo con años de amistad. Lo que yo te diga en confesión no lo divulgues porque tú no eres santo. Ni la estructura de tu poder es sobrenatural».

Por reacción al muñocismo controlador, a brujos de mala estofa que se disfrazan de kardecianos, a la Iglesia jerárquicamente gobernada por estadounidenses a la que no gustan estas cosas del Diablo y la modernidad, los católicos buscaban más poder y se formó un partido a inicios de la década del ’60.

Cucán supo cómo utilizar ese poder tan precario, en particular, contra un cura majadero. Otra vez se inclina a ver el mar de gente desde el segundo piso. Después del asomo, dice: «¡Ese pueblo no sabe ná! pero yo haré que unos cuantos selectos me firmen una carta y, cuando la presente, diré: Pueblo, sus firmas lo sacaron del Pueblo».

Y dijo ante Mario Dávila, Eduardo Flores y José Feliú, siendo éste el presidente del Partido Acción Cristiana: «Mi situación es incómoda; pero, ante todo soy católico. Voy a dar una carta personal al Obispo de Ponce. Hay un cura que no debe estar en el Pepino pues deshonra la portezuela del confesionario».

«Sobreviviré a los descréditos»; se refiere a secretos que le guardaba otra hija noble de la cepa de Franco Soto. Según reveló una auditoría federal, él manejó, en su beneficio, millón y medio de dólares. Hechas las pertinentes averiguaciones, no hicieron cargos. Y, al menos cinco años de administración bancaria, examinaron.

Ha salido más airoso que un mago al que funcionan sus trucos prodigiosos. Nadie probará que haya robado. Pero la duda mata. Su prestigio, en el suelo. Ninguna voz se levantará contra él con certeza de que perjudicara a ninguno. Mas la desconfianza lacera más que un dardo en el alma.

Unos secretean si realmente se ha salvado de ir a la cárcel. Para otros, es asunto de simpatía y charisma personales. Fue cooperador. Supo unir cabos y ayudó a todos, cuanto pudo. «Y el que roba a ladrón tiene mil años de perdón», dice un adagio.

«¡Animos, Cucán»


«¡Si yo tuviese el poder!»

Cierto que, si bien ha perdido la gerencia del Banco, seguro que dignificará su salida. Sabrá cómo hacerlo. Tomará un madero (que ya mandó a labrar y barnizar con David Torres, el negro) y lo llevará en procesión, año tras año, en Viernes Santo. Es como dice: otro de sus recursos mágicos de fe. «A Dios y San Sebastián, el asaeteado, entregaré el símbolo de la pesada cruz de las acusaciones que he sufrido». Querrá sentirse uno más entre los mártires. Se humillará ante Dios y comprenderá la vida ruda del pobre.

Como siempre, el Simeón Cireneo estará a su lado, es decir, Ventura Font como Simeón, y él, en el dramón, apiándandose del maestro con salario de hambre y de cada servidor público. En una iglesia sin Aponte, el fementido, pedirá más progreso para el pueblo. Fey, como ya no le hace caso en muchas cosas y se confía más de Tite Pagán y Puyi Méndez, tiene al pueblo bocabajo y al porvenir y bienestar de caída.


«Tú serías buen alcalde, Cucán. Como fuíste antes», lo adulan todavía.

Pero la Imagen por la Vía Dolorosa es pura ceremonia. Ventura Font y David Torres saben que no hay el pesado madero que la gente alega que Cucán carga, como actor por las calles. A cada trecho, secándose la frente, o haciendo que algún gañan lo haga. Teatraliza. El madero es una hueca bisutería en manos de un maestro de la simulación. Un duende burgués, bisexual, mistagogo, recursivo, servicial, aunque también vengativo.

Espera que el pueblo identifique la alegoría y la acción de José de Arimatea, el rico compadecido. Dignifica al Cristo, cruficado entre ladrones. Así había enseñado a las cursillistas y devotas, vestidas de blanco, antes dirigidas por Alicia Franco: En Pepino no hay dos almas tan piadosas y benditas por Dios que el Padre Aponte y el ex-Alcalde Cucán.

Sepan, sin embargo, que Cucán, a pesar de sus errores y uno que otro escandalillo, no ha caído. Tiene un capital consolidado. Ahora es dueño de El Mislán.

Aún cree que pueda enterrar el dolor y pedir cádaveres ajenos, en el nombre de Cristo. Cucán los enterraría primero. Estará bendito. Predestinado por la Gracia y la Divina Providencia. Emula a José de Arimatea. ¿Hay algo indeseable en ser rico y piadoso? Y, detrás de bambalinas, todavía mueve sus cordeles para concertar ese fin. Fey que se reelige por la Pava y él que dice: «Eres mi marioneta, tú lo sabes».

Cucán es recursivo, ingenioso y, entre los favores que hizo, desde el banco, hay unos grandes. El Míster No lo sabe. Más en serio que en broma, a él se lo recuerda: «Fey, tú no puedes conmigo».


3.


De seguro llegará Vale Santoni. Se vestirá de blanco y traerá sus gafas oscuras; no importa que no se requieran durante estas horas sin sol. Con ellas, como dijo una vez José María Caballero, se descansan los ojos, «no que se escondan; tras lo oscuro disimulas si te duermes». Después de la cepa Caballero, llegó Santoni, casi llegaron juntos y tendrían que oírlo, sin escandalizarse. Y, por saberlo deprimido, se le unió Piro Pérez, Millón Font, Abraham Bonilla y algún exponente de la parentela de los Roig.


«¿Inscribes un partido? ¿Te uníste al PAC?»

Rigo y Cucán recaudan firmas y comenzaron con amigos. Sus viejos clientes ya han firmado y pasaron por el Banco de Crédito y Ahorro Ponceño; casi todos, hasta parecen hoy más poderosos e invulnerables que él que fue el Alcalde que derrotó al Clan Liberal de los Méndez Liciaga. Afirma, sin ninguna culpa, que la opulencia no es mala; pero no es con ella que la familia y la persona hallan su cohesión. La identidad es algo más. Cucán argumenta que la voluntad es el supremo de los valores y que «belleza, verdad y amor», sin base que las sostenga, son palabras vacías del idealismo cínico.

El es un idealista pragmático. Por tal razón, sus enemigos políticos que han sido liberarales, hoy muñocistas de la bandera roji-blanca del jíbaro con pava y los separatistas de Concepción de Gracia, junto a los cuatro gatos de Albizu, lo han menospreciado. Atacan lo que ha representado su familia: Pepino como una Vasconia presuntuosa, perdida en Ultramar; Pepino como una agenda de la cortesanía; el Pepino del poder y el blanquitaje.

No. El no necesita la poltrona ni las cuatro paredes de la Alcadía para dar lecciones de control. El sabe cosas sobre el poder que otros no saben. Las entiende a las mil maravillas. En principio, lo más general que ha de entenderse, es que el poder lo sustenta la clase dominante: el Estado no es el lugar definitivo de ese poder ni las alcaldías lo serán sin una familia o personalidad como la suya. «Para el poder bien ejercido y la candidatura de quien lo obtendrá, con la victoria en las urnas, no basta que el líder sea una gente blanca, procedente de la clase próspera, con apellidos respetables. Hay que saber arbitrar. Dar un poquito de ilusión a todo el mundo y hay que hacer que el Estado se respete, como proveedor de bienestar y seguridad. El Estado no debe reemplazarse aunque sus representantes lo sean».


4

Ahora sabrá quién de veras está con él. O es su enemigo.

Es que este año ha sido terrible. Cucán siente un poco de nostalgia de los tiempos pasados. Tuvo el poder en pleno. Luis Oronoz Rodón, Francisco Roig y Pablo Latorre eran sus ojos en el cuartel de cualquier enemigo. Prepararon el camino para su triunfo como Alcalde, tras la última contienda con Méndez Liciaga.

Se acuerda tanto de su pariente, el hijo de Genaro Rodón Rubio.

«El sí me dio buenos consejos, pero estaba en el partido equivocado. En materia de capital, puede que él también haya fallado. Tiró todo su dinero… Mire que botar una fortuna en ideales de una república sin los americanos».

Habla acerca de Chinto Rodón como si hablara de otro santo. «Un hombre equivocado, pero más bueno que el pan. Lo reconozco. Quería al pobre y tenía lo que nos mata, el genio artístico y soñador de los Rodones. ¡Sí, ése era santo!».


«Lo malo es que los santos se están muriendo», dijo Santoni, muy consciente de su apellido. Se lamentó la muerte en 1966 de Joaquín López, hijo de Amelia Oronoz.

Basta otro botón para ejemplo.

Una hija del Pepino ha muerto cercenada por un cuadro. Ha ocurrido en el altar del templo dedicado al Patrón y es algo que conmueve. Cucán está, en particular, muy sensitivo. En esos días lo ha dicho: ¡Pobre Alicia, degollada; se fue virginalmente al Cielo!

Entonces, saca de sus recuerdos a su padre. Joaquín, como él, fueran tocayos. Y recuerda a su tío, Jacinto; a primos de una cepa más vieja, los Rodón Rubio, Genaro y Josefa. Recuerda que Agustín E. Font, otro de su parentela, también era sabio. Uno de los primeros republicanos de Pepino. Y sobre su propio padre alega:

«Mi padre fue unionista y masón. El decía que la energía del organizador nato proviene de Saturno. Yo creo que de ahí proviene mi energía, de un planeta de responsabilidad de esos que orbita muy bien. No, como otros… He estado pensando mucho en lo que será de este país, ya que se anuncia un plebiscito… y miro a esa gente, al parecer tan mansa y respetuosa, vea para allá abajo; esa gente tiene un aspecto que hay que temer una vez venga una prueba y se sientan muy libres y tentados».

El no cree que se viva a la buena de Dios por siempre. La chusma existe. La Bestia. Se es tolerante en tanto se puede. Se es compasivo, porque el Estado y el gobierno extranjero da la mano y de lo poco, la gente comparte. «Mas si un día sacan a los americanos de la isla, si lo consigue ese grupito que mucho vocifera, este Pepino será otro. Van a herir a flechazos al Patrón que hoy bendicimos como en los tiempos en que lo ordenara Dioclesiano».

Obedecieron a la invitación. «Vean un pueblo que ya no es manso y no toma este festejo con santidad. Ya no creen sino en la botella de cerveza y las fritangas».

Se inclinaron, en asomo perspicuante, hasta captar el río humano a largo de la Calle Hostos. Un bullicioso río humano que, al final de los festejos del Patrón, volverían a su rutina. Hoy sí tienen su Saturnalia, fiesta de alcoholes y apuestas; «pero, ahora mire hacia ese lado». Cucán señaló la Casa de Doña Bisa.

Al fin dijo algo que no le gusta confesarlo: «Es el pasado que Muñoz Marín destruyó. Gente que ya no cree en la tradición ni palacios. Que no hará nada perdurable ni hermoso [como esa casa de Doña María Luisa y el Juez Negrón] porque quiere dádivas. Gratis hasta el par de zapatos. Gente que no quiere otra providencia que el pan diario. Gente que se cansó de la penuria y no volverá a sufrir con dignidad... Ustedes saben, si yo sufro, aprendo y me aguanto. No sucede ya. La gente a la que Muñoz da cuerda es una que pide por reclamar un derecho que humille al rico, al visionario, al que es culto y tiene lo que merece y conquista con su esfuerzo».

Atribuyó a dos decenios del auge del muñocismo, la decadencia del Partido Republicano y la hostilidad que se vive en El Pepino. Dijo que no necesita de la gerencia bancaria para servir a los demás e incentivar el progreso del pueblo. La compañía Oronoz & S. C. aún acredita sus talentos y los ánimos de tratar a la gente en actitud de servicio y compasión. Alega que la caridad la practica en el cine cuando se pone a la cabeza de la taquillería. Cuando reconoce a un limpiabotas, obsequia las admisiones. «¡Diviértete; tú no pagas!» Y, sin embargo, quien no conoce sobre estos detalles, maldice la cepa de su padre, Oronoz y Rodón y a sus hermanos. Pasan de Juan Martin a los Oronoz Perochena, Oronoz Villalobos y los Oharriz. «Juzgan que fueron y aún somos indeseables por tener un poquito más que otros», meditó.

«¿Hostilidad contigo, Cucán?», pregunta Piro.

«No lo creo», asiente otro, «¿quién se atreve?»

Antes de asegurar que el Cura del Pueblo José Antonio Aponte se ha excedido como hablador y parajero, sin examinar las pajas que tiene en su pupila, rememoró el Pepino en que nació.

«Yo ví el paisaje del que me hablaban mis padres con igual virtud que los más pobres. Escuché la voz de Padró Quiles y de los zapateros y los cortadores de caña y fueron tiempos de hambrunas, temporales; pero la gente se ayudaba entre sí y la miseria no se volvía tan obvia. Dios permite el temporal y los karmas, es cierto, pero el campo daba mucho alimento y lo dará siempre; el ventorrillero te lo traía a tu casa… Y compraba el rico y el pobre. Lo que faltaba en ese Pepino de mi niñez, del 1900 al 1948, por lo menos, fueron cuidados de salud, atención a la niñez y a los viejos... Ese Pepino fue más bueno; más feo que hoy, si, pero más humano».

De hecho, para justificar ese testimonio, alguno observa ante el Cucán filosófico que el primer hospital municipal se produjo como gestión de su administración. En Pueblo Nuevo, operó la Casa Coll, el primer Asilo de Ancianos.

«La única diferencia entre el rico y el pobre sería, al fin de cuentas, si tenías para comprarte un par de zapatos y un vestidito nuevo».

«¡Había quien tenía una casona! Otros, apenas un techo de yaguas», rememora Toño Echeandía, hermano de Getulio, legislador en los tiempos que Cucán gobernara.

«Bueno, casonas Cecilio Echeandía, los Hermida, Víctor Martínez, uno que otro. Puede que se naciera en la casona, pero para bañarse se iba al río como el mismo pobre. El agua de uso diario venía de un pozo». Obvio es que el ex-alcalde está muy metido en sus recuerdos. «Los aguadores existieron siempre. Recuerdo a muchos que llevaron el agua a casa. La albercas del pobre eran las charcas y las familias ricas tenían sus charcas en sus terrenos, en las fincas. Todavía la labor más importante de Cayo Estrada después del triunfo de la Pava fue construir acueductos en los barrios».

«¿A qué viene todo ésto, Joaquín? No entiendo».

«Sí. Es raro oír que hablas con esa nostalgia del agua».

«En realidad, me estoy lavando por dentro. Estoy lavando la iglesia y al Santo Patrón de San Sebastián porque, según leí, fue tirado en las cloacas y dado por muerto. Si sacamos a Aponte de la Iglesia, confirmaré mi bautismo».

Emilita Arbona, quien escuchó a su esposo en silencio, lloraba en silencio. Y el licenciado Agustín E. Font se estremeció, por entenderlo, y dijo que sintió un fuerte escalofrío.

3-12-2006


Agradecimiento al Lcdo. R. Edwin Colón Pratts

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