Wednesday, December 19, 2007

La muerte de Nano Ortiz

a la familia de Justino Ortiz Valentín, Jr. y su esposa Ana María e hijos: Roberto, Sonia María, José Angel y Ana Emilia

Al hijo de Don Tino Ortiz, que es hombre querido, como su padre, a veces se le haya enfrascado con pleitos del espíritu, que son menos comunes que pleitos con la carne. Nano conversa, si encuentra con quien sea agradable que lo haga, con profundidad. Si viaja solo con un pasajero, o han quedado en el vehículo quienes sean conversadores, se habla gratamente con Nano.

Entonces, él se sincera. Declara lo que siente. Visualiza una comunidad. Discursa cómo la quiere, cómo se gobierna. Acusa o determina, si es necesario, un origen que explicará sus males. El es independentista.

¡Cómo amaba a Pepino! Además, es alegre. Organiza las parrandas de Hato Arriba, con los Romanes, y se unían sus vecinos y amigos de su familia, Geño y Luis Ambulancia, con toda su gente.

Como si experimentara con lo nuevo, en tiempos pos-eleccionarios, Nano Ortiz lanzó un pelo al aire, un pelo de sus cavilaciones. «Ojalá ésto sea un cambio de caciques; yo aún no lo creo». Triunfó la Convención Constituyente. Existe el ELA / Estado Libre Asociado. Decirlo así, supondría ya un escándalo. Si los caciques referidos por su boca son Cucán Oronoz y sus asociados del Partido Republicano, Cayo Estrada, alcalde nuevo, tendrá verdaderos desafíos. «No dudo que Cucán seguirá manipulando y junto a él los ricos de La Central Plata, la usura; lo que gobierna es el dinero y la fuente que lo acapara», Nano Ortiz lo dice, pero...

Jamás, cuando opina, impone nada. Ni puntos de vista ni dogmas conocidos. La puya o pelo que echa al aire es una observación, intuitiva por sencilla: «Al pueblo lo van a seguir llenando de miedo y de PRERA».

Si Nano es experto en algo, o creíble para quienes lo escuchan, es porque sabe cómo han realizado la faena del empequeñecimiento moral y sicológico de los liderazgos, porque la gente es buena. «Buena en su mayoría pese a que explotan sus ansiedades, el hambre que han sufrido y la fragilidad de sus expectativas y complejos».

A él han tratado de desacreditarlo al decírsele que es contestón. Administrarían su silencio, si él se dejara. Hasta los mismos independentistas, ¿qué no decir de los populares?, le piden que se tranquilice. Que no sea tan rezongón y quejoso. Quiérase o no por los pipiolos, tarde o temprano, se impondría el estadolibrismo. La esclavitud con la cadena larga.

Por cierto, siendo hombre sencillo, tiene convicciones. Defiende a Pedro Albizu Campos. Dice que, entre Concepción de Gracia y Albizu, dos patriotas buenos, si alguno, posiblemente al recular, traicionará a la patria, ése será Don Concho. ¡Qué escándalo que Nano lo diga! Hermes Acevedo se arranca los pelos al oírlo. Víctor Cardona Fuentes se le come con los ojos.

«Si vives tan encojona'o con los pipiolos, házte nacionalista».

Punto. Y silencio.

Sin embargo, el tema que ese año, el 1954 y en la calle tan politizada, le quita el corazón de sus asuntos (que son, preferentemente, su hogar, sus dos hembritas, dos niñitos y, en fin, su esposa Ana María que los cuida) es prosaicamente empírico. Uno: que Belén manda a un sargento marieño, de apellido Guilloti, a que espíe la casa donde deja su esposa con sus hijos.

Y doña Ana María Jiménez es bonita. No son celos lo que conturban a este hombre. El sabe lo que tiene en su casa: la decencia encarnada. A más, ella tiene la piel trigueña clara, pelo negro, cuello largo, cara linda, agraciada de nalgas, ni una onza de grasa en su cuerpo, de 5.6' de estatura, con extremidades velludas y delicadas. Lo que molesta es el afán de joder y meter miedo de Andrés Belén quien lo hostiliza y envía sus soplapotes. El espionaje gratuito.

Sus preocupaciones ha ido centrándolas en lo que observa el hombre con sus ojos. Lo rutinario que ve de suyo. Cucán que no pierde el poder, social ni económico, aunque llegue al municipio Cayo Estrada. El campesinado que deja los barrios de la ruralía y se traslada a New Jersey. La Central La Plata que pide jíbaros de gabacho para la economía y después los abandona en tiempo muerto. No hay opciones para el joven pepiniano: los bares de Pueblo Nuevo o Stalingrado, o el Norte, el barrio frío de Perth Amboy o los embelecos militares del Pentágono. Corea es uno. Que se vaya el pepiniano de soldado, una labor a la que dan su energía y celo reclutativo la cepa de Oronoces.

Nano, quien vive en la Calle Corton, cerca del barecito de Eduardo Rodríguez, por los rumbos que en la cúspide de la Loma de Stalingrado van a la casa de Chago el Flaco e Izquierdo El Burro, es sutil. Entiende lo que se ha puesto de moda, después del final de la Segunda Guerra contra el Eje y el comienzo de la Guerra Fría. La manipulación sicológica. La nueva guerra se basará en acusaciones. Juegan hasta con la farandulería. Sacan espías de la manga; los ejecutan en la prensa, una y otra vez. La palabra de moda es espionaje. El cine del futuro será el que inspire Morton Sobel, Ethel y Julius Rosenberg, ¿por qué no? y esos nacionalistas albizuístas que intentaron el asesinato de Truman, pero que, finalmente, no se comen el marrón. Alegan que son patriotas. Los únicos confraternos.

«El que no corre vuela en este pueblo», dice Belén.

Así es Nano Ortiz: en el fondo, un albizuísta encojona'o, que comienza a descubrir que en Puerto Rico se están acomodando los moclecas en el trono. En Fortaleza. En las Alcaldías. En todo. Que los uniformados de Muñoz Marín sueñan con espionajes, con discursos del tipo macartista. No cualquier mandillón pudiera entrar al juego. Andrés Belén sí quiere. Obvias son sus ínfulas de grandeza y sus ganas de irse a San Juan, con prestigio de héroe a lo Joseph MaCarthy, inquisidor al estilo de Hoover y represor espartano, como en el prusianismo modélico.

Después del encarcelamiento de Albizu, ya se entiende que el poder gravita desde el Norte, como desde España un siglo antes. Como las colonias estructuralmente son estacionarias, el pueblo que la sufre tampoco tiene prisa. La justicia llega tan y tan tarde que, al final, se olvida hasta la causa por la que ha llegado y el ajoro con que se invocó que llegara. Nano lo escucha a diario cuando viaja la ruta de Pepino a Aguadilla y en regreso: «Siempre en las mismas, Nano. Siempre estamos jodidos, pero contentos y nos ponemos contentos porque ejecutan a dos espías socialistas. Después explotan una bomba de hidrógeno. Uno sin entender nada. Más política que comida en la mesa... Que electrocuten a los Rosenberg, ¿qué progreso nos trae? ¿o que sabemos que sea cierto? Nada, pero estamos contentos y esperando que la bomba H no vaya a estallar en las manos al gringo. Esperando que los espías no se resuciten después que van al infierno».

«¡Qué mezcla de miedo y conformidad se vive! Si no hay control sobre la guerra, la pobreza, el hambre o los peligros, te sientes triste y jodido, no resuelves nada. ¿Qué podrías hacer? Si no tienes la responsabilidad ni el conocimiento sobre lo que pasa te sientes contento, no culpable y eso es como el alivio. Dicen que, después de acabar con los nazis, lo que hay que buscar es a Dios y la felicidad», responde Nano.

«Eso no se busca ni se compra como onzas de manteca».

Calín, la hermana, lo aconseja al oírlo. «Tú no arregles el mundo. El mundo se arregla solo. Ni busques tres ni más patas al gato porque el gato, como es, es como Dios quiere que lo veamos». Nano, chofer de carro público, cree que sus ojos ven lo suficiente. Son ojos sinceros y leales a la realidad. Aún quiere ver mucho más y atreverse a decirlo. Su hermana dice que oír es mejor que ver porque el ver compromete. Todo lo que se oye, sin haberlo visto, duele menos. Se convierte en chisme. «Y no es bueno que el chisme se tome por cierto».

¡Calín, buena hermana, es como míope! Odia el chisme. El «gato como es», que le ha sido programado en el alma, alude a la conformidad predicada, obediencia urdida y que al control social contribuye. Ella está a raya. Oye mucho y no ve. Y por no ver, no importa ni lo que oiga. A ella dijeron: «¿Qué pasa, Calín? ¿Se metió Justino o Anita en líos? La policía vela su casa».

Nano es lo opuesto. Observa, calla y escucha. Todo lo quisiera saber, viéndolo, oyéndolo, viviéndolo, y más tratándose del asunto con Belén y Guilloti. No quita su dedo del renglón.

Demarcada por un deber impuesto por otras fuerzas que no son la verdad, lo que Calín le pide es canónico. Da consejos, como los del cura del Pueblo de San Sebastián. «Que Anita busque a Dios, vaya a la iglesia» lo exhorta y él, Nano Ortiz, quien sabe de un gataso semejante, se lo describe en sus cuatro patas de inmundicia. «No la mandes a la boca del lobo. Entérate quién es él»... Aponte, en las sombras, se transforma en pantera, en lince, en camaleón.

«¿Que ella busque del Cura Aponte? Que sea lo último que haga, Calín».

Aún la gente crédula y pasiva lo llama la Fiera Santa. El Cura Aponte es pícaro, mujeriego, suplefaltas. Lo piensa: «Ese abusador, de afiladas uñas, otro criminal del pueblo». Calín se excusa. «¡Uy, ni sabía!» No supo quien no ve y sólo oye. Evadía decir a Nano que la presencia de la policía ya les hastía. Anita se ha quejado. Tiene miedo. Jerónimo Ramírez, en cierta ocasión, se refirió a lo mismo. «No dejaré que me quiten la paz esos buitres que me espían y que no van a tardar en quemar mi periódico». De él, se atreve pedir algún consejo.

Cuando le hablan acerca de los Echeandías y la democracia y el anexionismo, Nano se persigna. «Es la gente que hambreaba a todo el pueblo en tiempos del Jacho», recuerda que don Justino Ortiz, su padre, decía. «No hay rico bueno, Nano. Ni hoy ni en aquellos tiempos», adujo.

«No hay policía bueno, Nano», acaba de insinuárselo Ramírez, el poeta y maestro.

Nano no es corpulento. Más bien, es de estatura casi menos que mediana (5.6", musculoso, bronceado), pero él se siente un gigante. No como gato flaco y hambriento. «No se apure, don Jerónimo. Yo, por mi familia, me como a ese hijodeputa a galletazos».

Nano y Calín dibujan en sus mentes el hambre del campo y epidemias. Tiempos sobrellevados. Hambres y enfermedades que pasaron también por sus cuerpos. No, en balde, son humildes. Comprenden sus propias vidas y las de quienes han sufrido. En los ojos, boca del alma, alimentan y guardan la misercordia. Cumplen la tradición con villancicos y reyean con parrandas navideñas por el campo.

Los ojos distorsionadores de la gente cobarde, recelosa y envidiosa, son menos avisores que los suyos. Gente con tales ojos son los cómplices. Nacieron ya hartos, o nacieron sin una boca dibujada para que se nutran. Ojos tendrán sin cuencas, pupilas sin iris. Nano, ojos sinceros, por el contrario, da su recuento sobre lo que ha visto cada día. Por eso él abre sus ojos ampliamente. Juguetones ojos porque los mueve por muchísimos caminos, según maneja por las calles, costas, ruralías y dobla hacia todas las direcciones. Hoy juega, comunicándose con ella. Sus ojos llegan antes que su cuerpo. Se preocupan por Ana María y se lo indica: «Sé que te espían cuando estoy de viaje; pero toda la Loma de Stalingrado ya sabe. El vecindario te cuida. Cuidan mis hijos y a tí. No tengas miedo».

No que él quiera probar cosa alguna, ni siquiera que los ángeles de la guarda existen. Tenía, empero, que afirmarse en la idea de cierto perspectivismo. Darse confianza, sea pues en la gracia benévola del vecino. Quizás alegaría que el alma buena comienza con la suma de ojos colectivos. Al buen ojo no lo ciega un no-ser de gato pardo.

Un día se llenó su pisicorre con una familia de emigrantes. Se fueron a mitad del decenio del '40 a Perth Amboy (New Jersey). Regresarán allá [pues en Pepino no hay trabajo]. Por de pronto, al pueblo han llegado y se llevarán a otros, después de la Navidad que está a las puertas y, de paso, dijeron que celebrarán la Constitución del Estado Libre Asociado. Será su primer aniversario. Lo que el jefe de familia dijo, con una sonrisa tan triste, Nano Ortiz lo recuerda y lo repite para sus recuentos. «¡Muñoz se ha convertido en verdugo de Albizu, por mandato americano! Eso es trágico. Muñoz, quien ha sido tan bueno para el pobre, el que se ensaña con vil modo».

No fue él quien dijo, sino el pasajero. Habría querido decirlo así y sentirse en un país libre. Muñoz el Vate se ha convertido en recadero de asesinos. Jalaron, por causa de los nacionalistas, las orejas al Vate. Seguro que el Senador McCarthy y Hoover no lo querrán subordinado a subversivos. El comité del Senado sobre UnAmerican Activities puso de moda la palabreja. El léxico se amplía: espionaje, subversivos, asimilismo... ¿Qué se le va hacer? ¿Van a tratar mejor a los Rosenberg o los albizuístas? ¿A quién ir, en este caso? No se piense que van a privilegiar, por su acción conspirativa, a los nacionalistas, sea lo acontecido en el Congreso o Casa Blair, o la revuelta en Río Piedras ... Luego, ya cautelosos, heridos de silencio, se hablarían de las nostalgias. Tontas nostalgias, lugares comunes y ésto sería preferible en lo que resta del viaje. A punto se ha estado de que Nano se hundiera en su mortificador torbellino de dilemas, sin fin. Otros 400 años de karma y determinismo.

«Estos hoyos de las calles son mi felicidad; estos jamaqueos del carro».

«Todavía las calles siguen igual. Hay que echar una manitas de brea»,
comentó Nano.

«En Perth Amboy, no hay calles emboquetás como éstas».

«Qué bueno!»

«Para que dure el carro».

«Sí».


En 1942, se había inaugurado, por gestiones del negrito Cheo Padró, la primera escuela secundaria. Alguien de Perth Amboy suplicó durante el trayecto ir a verla cuando se entrara a Pepino. Ocho años de espera para ir a ver tal maravilla. «Pásame, Nano, frente a la escuelita que mientan porque, si no la veo, no lo creo». Nano entendió la súplica. Este gato incrédulo supo de la Fiera Santa que se opuso.

«En diez años más, si Pepino progresa, será por esa escuela, ¿verdad, Nano? Yo la esperé y no se construyó. Ni aún yéndome a Perth Amboy, supe que al fin vendría. Una escuela pública, la high school del pobre».

«Hay mucha pobreza todavía. Uno la ve cuando viaja del Aeropuerto pa'aca», dijo el más jovencito de los emigrados. «Pepino es como la campiña, sin trabajo».

Apenas Nano mencionaría La Pava [que barrió en las elecciones y consolidó un nuevo estatus], cuando distinguió la sombra y figura de otra fiera. Esto es lo que malvisualiza el hombre con los ojos. Ese alacrán a quien Min Méndez parece que inventó su dentadura como homenaje a las ratas. El policía Andrés Belén.

Observó que acomodó las nalgas sobre el asiento de una motocicleta policíaca. Es una Harley Davison.

«¡Vaya lujo que se da ese policía!», una muchacha lo chotea.

«Como en Estados Unidos».

En cierta esquina vio a Belén, pretendiéndose the ultimate biker, ready for maximum track time. Las colegialas habían salido del campus. Desde los portales se acercaron a ver la Harley Davison. Los varones, a la distancia prudente que Belén permite porque está en funciones. No habrá arresto, pero su detenido es mal ejemplo para ellos. Es un pobre beodo que se levanta del pasto. Belén lo azotó con insultos. Lo humilla. Amonesta a Marco el Loco.

El discursa en voz alta. Lo estila al reparar en la atención que recibe si hay adultos: Que ningún ebrio consuetudinario, «usted, malnacido, sirvepaná», se acerque por los rumbos de esta escuela. El declaró que cada escuela es la justicia de Muñoz, en nuevos tiempos. Mas la institución tiene ya casi diez años en funciones. No entiende que fueron socialistas sus creadores: Cheo Padró, el legislador y Nito Cortés, el Alcalde de La Mogolla.

Aburrido de la muchachería, después de sus alardes, arrancó la Harley Davison, animal de dos ruedas que se fabrica desde 1901. Por primera vez, en Pepino, se estaban viendo aquellas máquinas veloces, dignas de la frase que Belén inspiró, gracias al celo con que cuida el tránsito. O la tranquilidad ecológica, o la protección ante ruidos innecesarios, en el pueblito. «Cógelo, Belén, que va sin freno». ¡Qué bueno que lo perdió de vista! A Nano no le gusta encontrárselo.

Esa rata mellada no lo engaña y no que se crea ni poco gato ni mucha fiera para ponerlo en su lugar. Lo que el chofer dice es que tiene el derecho a vivir tranquilo, a decir lo que siente, a diferir y comentar, sin que ninguno se lo quiera pillar con sus coacciones. Recordó el día cuando se inició la mutua ojeriza.

«¿Qué fue lo que usted dijo?»

Se le pegó irrespetuosamente casi a las narices. Sintió su aliento. No lo había visto que se aproximara, pero lo agarró del brazo velozmente y se encararon rostro a rostro. Se lo dijeron: Te observaba como un chacal que estudió su ataque. Te vio desprevenido. Te jaló el brazo, ¿víste? Fue una provocación. Descaro. Nano lo conoció por primera vez de ese modo, por lo que intercambiaron sus palabras, casi desafiándose.

«No fue con usted que hablaba. ¿Qué me escuchó que dije?»

«Hablaba de política».

«Pues, bien. No está prohibido. Estos no son los tiempos de La Mordaza».


«Es que usted no sabe nada de política. ¿Quiere justificar las violencias de Albizu Campos y criticar a Muñoz y al gobierno americano? ¿Quiere defender el comunismo? Le voy a decir lo que es política, por si se atreve a hablar como habló otra vez. Aquí en la isla, desde antes de Corea y mientras dure la guerra: «Dios en los cielos y Muñoz en la tierra».

Justino Ortiz, Jr. ha sido un hombre tolerante. Expresa su respeto por los demás. Admite el buen principio. Voltaire lo dijo para enseñar cómo se discrepa con justicia. Su padre, don Justino, se lo inculcaba. Mas, desde esa tarde en la Plaza, poco antes del '50, cruzadas las súbitas palabras, o hallándose él tan desprevenido ante quien vino a molestarlo, odia al policía. Con sus ojos, por causa de ese intruso, investiga todo y no dejará que él mismo sea llevado al matadero como corderito. No es neutral ni lo pintarán en la pared como fantasma. Se cuida porque la mala voluntad de Belén es como un cáncer que se esparce. A todos tocará, buscando células que reventar de ira. De Belén se queja ya Toño Palomo, Yayo El Turco, Chucho Ramírez, el maestro, Hernán Sagardía y el negro Puro Juarbe. Y quienes saben acerca de ese antinacionalismo que se estila, congraciamiento con el Vate en Fortaleza, dan otros nombres de cruzados: Agustín Vélez, Vázquez Güets, policía, Puyi Méndez, el constitucionalista cascarrabias y otros tantos.

Para olvidarse de una o más arbitrariedades provocadoras de Belén, dedicaba sus fines de semana a vivir en familia. Un día, con dos de sus niños, bien vestidos, en el interior de su pisicorre, dio una vuelta por el pueblo. Estacionó unos minutos y volvió a ponerse al volante.

«Mire, tenga cuidado cuando salga. No vaya a chocar otro vehículo por estar atendiendo sus chamacos».

Al recordar que ya lo molestaba, con sus rondas ante su casa, susurró para no dar importancia a su coraje:

«Váyase pa'l carajo!», encendió el motor y enderezó la camioneta para irse.

«Aún no le dije que se vaya. Parquéese ahí».

«Sígame a Pueblo Nuevo. Voy a dejar a mis hijos en mi casa».

Mariano Ramos, testigo de palabras entre ellos, tuvo miedo que Belén sacara la pistola allí mismo porque vio que desabotonó la funda del revólver y estuvo en el empeño de interceptar a Nano en el interior mismo de la guagua. «Aquí no se meta, abusador, que están mis hijos». Ramos fue quien intervino y detuvo a Belén. «¡Por favor! Sea la paz por los niñitos».

Como reacción, el policía hizo una señal a un segundo. «Lo perseguiré a donde quiera que se meta», dijo a Raúl Méndez. Así lo escuchó el testigo Alberto Rodríguez Linares. Andrés Belén tenía sus planes ese día. Siguieron la pisicorre de Nano. «Pisarían sus talones». En el jeep policíaco en el volante manejaba Guilloti, sargento que, pese al rango, dejaba que el viejo policía resolviera los asuntos a su modo. Adjuntándoseles, Méndez de civil. Dejó los dos nenes en el balcón de la casa y dio voces a Ana de que, con ellos se encerrase.

«En fin, ¿qué le pasa a usted conmigo?», dijo acercándose al jeep del policía. Belén se había bajado y explicó que frente a la Plaza de Recreo, ya le había dicho: «Usted déme la licencia y no discuta. La autoridad soy yo».

«Si no me dice por qué me detiene, no se la doy», contestó Nano.

«De que me la da, me la da».

«Usted se las pasa persiguiéndome y me mira mal. Eso es asunto suyo, de su mala fe, abusador; pero hoy, como verá, paseo con mis nenes. Para que no los asuste, ni los mezclemos en ésto, los voy a llevar a la casa y después arreglaremos lo que sea».

Fue un domingo, 4 de julio de 1954.

Chago, vecino de Nano, vio que Belén ha sacado su revólver de reglamento y con él apunta a Nano que ha subido las manos en alto. Pide: «No me mates».

«¿Recuerda que le pedí la licencia y se negó a darla. Ese es el delito. Y me dijo, además, que me vaya pa'l carajo», ha pedido a su sargento que anote, pues, bajó del jeep al notar que se han asomado otros vecinos, además de Chago.

«Belén, termina eso», dijo el policía jovenzuelo. Hacía cuerpo bonito como si ligara a Mistelina. O la buscara con la mirada en los contornos. Raúl Méndez, policía, está vestido de paisano.

De pronto que a Belén se lo ocurre tirar violentamente su macana. Quiso que golpeara contra los genitales de Nano de modo que bajara sus manos y se diera la ocasión de disparar contra él. Aduciría unos movimientos sospechosos. Nano esquivó el golpe de la macana. Bajó sus manos y, siendo que Belén buscaba cercanía, hizo el disparo que entró por el ojo izquierdo de la víctima. Había caído en el entrampamiento. Y el guardia casi lo mataba a quemarropa. Se disparó a una pulgada de distancia. Defensa fatula y aparencial, en caso que tuviera que alegar que forcejearon, o que el disparo se produjo, sin intención alguna. Fue un accidente.

La macana rodó bajo la pisicorre. Andrés Belén sonrió como si el frío asesinato le añadiera más rangos.

«Un bandolero, un comunista menos; por antiamericano».

«Llame la ambulancia. Se va a desangrar», pidió Chago al sargento Guilloti. La llamada nunca se hizo.

«Bajó las manos. Iba a recoger la macana y agredirme».

El sonido del disparo y los gritos de Ana llamó la atención de otros vecinos que comenzaron a juntarse. De las cercanías del kiosko de Eduardo Rodríguez y, en marcha frente a la casa de Izquierdo El Burro, bajaban los curiosos.

2.



Fue un domingo, 4 de juio 1954. Como a las 6:00.

Esa tarde mataron a Nano.

Y la razón sería que él se sincera. Declara lo que siente. Visualiza una comunidad. Discursa cómo la quiere, cómo se gobernará. Acusa o determina, si es necesario, las causas que expliquen sus males. Lo mataron porque era independentista. Porque ni a los mismos correligionarios permitiría las traiciones como aquella que ensayaron, truncamente, en la Convención del PIP en el Teatro Sol de Aguadilla: reprobar al nacionalismo, escupir sobre Albizu Campos y la Revolución del '50. A puerta cerrada, se reunieron unos cientos. Llamarían subversivos, en nombre de todo los pipiolos, a los que más golpes han asestado al coloniaje y al imperialismo.

Y Nano dijo: Que no lo hagan en mi nombre; Baltazar Quiñones Elías dijo: Que no lo hagan en mi nombre; la Dra. Margot Arce de Vázquez, dijo: Que no lo hagan en mi nombre. En la casa de Nano, en la Loma, así como en la casa de su padre, Don Tino, en la casa de su hermano, también chofer de pisa-i-corres públicos, hizo que se dijera: Que no se maldiga al valiente en mi nombre. Que no se escupa sobre los mártires en mi nombre.

Hato Arriba estuvo presente para despedirlo. Cinco guaguas no se daban abasto trayendo a sus amigos al velorio. En la Calle Cayey, donde lo celebraron, había un sagrado areito. No había muerto cualquiera. No fueron los ojos de un tunante los que vaciaron su sangre con el tiro a quemarropa del esbirro. Quien murió fue Nano. Por muy poca gente se trae una bandera borincana tan inmensa y se emociona el corazón con gesto intenso.

Un dirigente del Partido, quien también dijo en el Teatro Sol, Que no lo hagan en mi nombre, despidió el duelo. Vibraba su voz emocionada. Quien ha muerto es un valiente. Oye, Pepino, con bocina de tus choferes, murió quien ha sido un buen esposo. Un buen padre. Un buen vecino. Un amigo. Ana, viuda a los 27 años de edad, tiene derecho a saberlo. Se puede perder la vida en manos de un pistolero o de traidor cobarde. Se puede ir a la cárcel y sufrir muchas torturas. Nano es historia indispensable de la patria. El paga el precio para que un día sea la patria libre.

Como Nano Ortiz ya falta, ella sobrellevará su lucha por la vida. El esfuerzo cotidiano. Tendrá que explicarlo a los niños. Que sepan, según crezcan, que son hijos de un patriota. Que las niñas que él adoraba lo sepan. Lo mató un policía provocador, muñocista, sin escrúpulos. Uno que es peor criminal y más chota que Lolo Pulla, el bujarrón. Uno que mata por la espalda al indefenso y, por cinismo, clama aplausos y apoyos de respetabilidad institucionalizada... Ahora que Nano falta, que sea Ana María quien se amerite con lo que Nano aprendió en Aguadilla: El independentista no se vende por protecciones del Estado ni hace negocios con su opinión ni libre albedrío. Enséñale a los cuatro críos que él encarnó el principio.

Han pasado los años. Los hijos crecen. En Navidad, a los niños no faltan los regalos. La visión comunitaria sobrevive. Buena vecindad, respeto público, honradez, dignidad. Valores. Misericordia.

Han fracasado lo que juraban que la viuda no saldría adelante. Ni viviría feliz por causa de ésto: la putada de aquellos dos esbirros, a los que simplemente trasladaron a otro pueblo. Una amonestación y a seguir en sus rondas criminales... Seguro que los gavilanes pensaron: Ella se entregará a otro hombre. Es mujer joven. No querrá el duro trabajo de criar cuatro muchachos. Al pendiente se pondrá para que venga alguno y le cuente de la vida impune del que mató a Don Nano. El Estado Libre Asociado que prácticamente exoneró al agente, también por la vía legal de la defensa de la viuda, admite que Andrés Belén «se apartó del marco de sus funciones como policía estatal», por lo que el 22 de abril de 1955 se inició la acción correspondiente, el reclamo por daños y perjuicios por la suma de $40,000.

Mas Ana María Jiménez, en Stalingrado, se levanta muy temprano. El Estado hizo su burla. La demanda fue cayendo en oídos sordos. La esperanza se mata con tiempo y dále largas, como dijera el Lcdo. Víctor Alberty Ruiz, otro independentista encojonado. Cada semana, para Anita, la jornada será de igual espera. Súmese lo intenso del trabajo: mata dos lechones, a veces unos cabros y una decena de gallinas. Las pela; prepara del holocausto su faena. Obtiene del estripaje su material para unas pailas de cuajitos, gandinga, morcillitas... Va y las vende. Honra cada minuto de labores. Cuando termina la jornada, como si se citara en los ojos de Nano, busca esos pleitos profundos del espíritu que permitan que ella sea la historia indispensable de la patria, relevo del esposo en lo valiente. Ahora es ella la que declara lo que siente, visualiza el mañana, sin vender las lealtades... si otros lo hacen, como dice a sus hijos, será el problema ajeno, vergüenza de sus consciencias. Cobardes ambivalencias. Que no sea en nuestro nombre que así vivan, o el daño que implique lo que hagan. Nano no ha muerto en vano. Yo, que lo entiendo, lo digo.

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